domingo, 28 de marzo de 2010

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Otra mañana. Edward lentamente abre los ojos esperando que el paisaje haya cambiado mágicamente mientras dormía, pero no. El cuarto, inmaculadamente blanco y pequeño, sigue siendo opresivo a su estatura de mas de dos metros. “¿Hace cuanto tiempo que estoy aquí?”, se pregunta mientras intenta buscar en su mente algún recuerdo que no sea dentro del hospital. Como cada mañana sucede, nada acude a su mente. “¿Les pasara esto a los demás pacientes? ¿Todos despertaran sin recuerdos todos los días?”, se cuestiona para responderse rápidamente: “Claro que no. Somos todos diferentes. Pero todos tenemos algo en común, todos estamos en esta institución mental por algún motivo”.
Solo al oír el áspero ronquido de Michael, Edward sale completamente de sus cavilaciones para prestar verdadera atención a su cuarto.
Michael sigue durmiendo en la única cama del cuarto. Debido a su obesidad y a sus problemas de espalda, nadie ha discutido su hegemonía en la utilización de la cama. Claro que su mal humor y su exclusiva comunicación mediante el uso de gruñidos, no facilita el intercambio de opiniones.
Jack esta despierto, sentado en un rincón, comiéndose las uñas de una manera bastante lasciva. Todos sus movimientos, sus palabras, sus gestos, están teñidos de una lujuria poco común. Combinado con su aspecto descuidado, su cabello negro cortado desprolijamente, su nariz aguileña y su postura siempre encorvada y sus tatuajes tétricos en todo su cuerpo, da la impresión de ser un recluso de una prisión estatal más que de un hospital psiquiátrico. Pero una vez acostumbrado a ignorar este fetiche, es una persona bastante amable y conversador. Aquí, más que en otros lugares, las apariencias están muy lejos de la verdad.
El ultimo paciente que comparte el cuarto y  gran parte de la vida en el hospital, es Nicholas. Siempre sentado frente a la pequeña ventana que tiene como vista el parque del hospital, es un hombre muy joven y apuesto, pero muy triste y taciturno. Día y noche, la mirada perdida en el horizonte del parque, esperando por alguien que seguro no vendrá.
Así pasan gran parte del día los pacientes del cuarto 408. Cada uno en su propio mundo, en sus propios problemas, con alguna ocasional charla sobre la comida, el hacinamiento, el aburrimiento.
Y todas las tardes, sucede la misma situación cuando llega el enfermero con las medicinas.
— Edward Marchesi, tus medicinas. — repite el enfermero con el tono monótono  propio de un trabajo aburrido.
— Gracias doctor, pero ¿Dónde están las de mis compañeros? — reclama Edward al ver la bandeja vacía.
— Edward, sabes que no tienes compañeros. Ahora toma tus pastillas y vete a dormir.
— Pero… — y mientras toma las pastillas se da vuelta para corroborar que la habitación esta vacía y el es el único paciente.

“Claro, este es el motivo por el que estoy aquí”, piensa felizmente Edward mientras cierra los ojos terminando un nuevo día.

1 Criticas Constructivas:

Mari Brizuela dijo...

Gonza!! No sabia que escribias! Me gustaron mucho. Este en particular.
Segui asi.

Besos!! Mari

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