jueves, 25 de marzo de 2010

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Eran las once de la noche de un domingo cualquiera. Esa hora donde la gente sabe que tendría que irse a dormir para el siguiente día laboral, pero no lo hace. Esa hora donde los insomnes empezamos nuestro día productivo.

Era la noche perfecta para trabajar. Afuera llovía copiosamente y estaba sentado en mi escritorio frente a la computadora con una copa de Malbec cosecha tardía y mi siempre fiel paquete de cigarrillos.

No soy de trabajar bien con las fechas límites, pero si al otro día no entregaba el cuento que le había prometido al editor, la heladera iba a pasar a ser como un niño desnutrido de África.

Tenia que escribir algo, cualquier cosa. Dicen que el bloqueo para un escritor es lo peor que le puede pasar, pero no comparto esta teoría. Por lo menos en mi caso, nunca estuve desbloqueado, nunca las palabras surgieron con facilidad. La escritura es una agonía, cada texto es un parto, cada párrafo es un hijo que nunca va a poder llenar mis expectativas.

La botella estaba por la mitad y ni siquiera se me había ocurrido un titulo. El cursor del procesador de texto titilaba expectante ante el tipeo que no llegaba. Derrotado, levanté la vista hacia el balcón y solo veía la lluvia que golpeaba la ventana, preguntando si podía entrar.

Entonces ahí la vi, en la punta de mi balcón mirándome con ojos de niña.

Parecía un ángel, si los ángeles fueran pelirrojos y anduvieran por el cielo con una excesiva capa de maquillaje.

–¿Me vas a dejar entrar? ¡Me estoy empapando!

–Si, si. Discúlpame. ¿Quien sos?

Mientras entraba y le pasaba una toalla (no sé porque, pero tenía una en el living), ella se paseaba por el cuarto con una parsimonia y una confianza como si fuéramos amigos de toda la vida.

–¿Quién puede aparecer una noche como esta en tu balcón? Soy tu musa asignada.

–Ah, ¿y quién me la asigno?

–Bah, ¿todavía no sabes cómo funciona el sistema? Vos no podes escribir y yo vengo a ayudarte.

–¿Qué? ¿Hay un sindicato para estas cosas? Nunca nadie me ayudó, y eso que escribí varias cosas.

–Si, se llama SEA. Es la Sociedad de Escritores de Argentina.

–Mirá vos. Ni sabía que existía algo así.

Y así fue el comienzo de la noche más bizarra de toda mi vida. Nunca me imagine que podría tener una musa ayudándome, pero ahí estaba. No una de las mejores, claro, pero algo es algo. Hasta tuve que abrir otra botella de vino porque para ser musa, Nadia (así se llamaba) chupaba como una esponja.

–Bueno, a ver. ¿Que género vas a escribir?

–La verdad no tengo ni eso. Estaba pensando en algún policial o algo de ciencia ficción, pero no se me ocurría nada. ¿Qué pensás?

–Y… No sé. Yo estoy para inspirarte, no para escribir por vos. Si fuera asi, seria escritora, no musa. Ya suficiente poco me pagan.

–Bueno, gracias por el ánimo. ¿Qué te parece si vamos con un policial negro? Una historia de esas que el detective se enamora de la asesina y no la puede arrestar.

–¿Te parece? Medio quemado eso.

–Pensé que ibas a ayudarme, a inspirarme. No a tirarme abajo.

–Si, claro. Pero también tengo la obligación de decirte si se te ocurre algo muy pelotudo.

–Sos una copada.

Dos botellas de vino después, no tenia escrito ni un párrafo. Pero tampoco me importaba mucho. Nos pusimos a hablar de la vida, de su trabajo, de cómo había empezado, como había ayudado a Cortázar a escribir Rayuela, de todo tipo de cosas. Le mostré algunas de las cosas que había escrito y creía que estábamos encaminando a algo, cuando la borrachera y el sueño me pudieron. Ahí nomas, en el sillón me dormí.

Me desperté con el gusto agrio del alcohol quemándome la garganta. La luz del mediodía me cegó al levantarme y tuve la impresión de que había sido todo un sueño. Pero no, fue todo real. Al notar que la laptop, el dvd, la tele y todo en el departamento no estaba, me percate que me habían robado. La turra esa, me emborrachó y me desvalijó. Ni los zapatos tenía.

Puteé a Dios, a Mahoma y a toda divinidad disponible.

¿Qué carajo hago ahora?, pensaba. Encima tengo que entregar el laburo. Tendría que llamar a la policía. Claro, ¿Quién corno me va a creer que dejé entrar a una completa desconocida por el balcón de un noveno piso?

–Si, señor oficial, soy escritor y mi musa me cagó como a un boludo.

Aunque no es una mala idea para una historia.

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