domingo, 30 de mayo de 2010
FELICIDAD INESPERADA
1:42 | Maquinado por
Zalo |
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No soy un tipo feliz. Feliz, feliz domingo, no. Más como que estoy conforme con mi vida. Ni me distinguí en la multitud de aquella vieja escuela primaria que todos odiábamos, ni lo hice en la secundaria donde la únicos recuerdos están pintados de desilusiones amorosas y sobrenombres a costa de mi nariz. La universidad, el estigma de cualquier indeciso, también lo es para mi. Una carrera impuesta por el legado familiar no es el mejor proyecto que uno puede imaginar.
¿Cual es mi vocación? No lo se. Siempre fui mediocre en todos los deportes, aunque sea el metegol. ¿El arte? No, mi máxima aspiración en el dibujo es un muñequito de alambre con una desproporcionada longitud de miembros. ¿La música? Ni en pedo, no puedo entonar ni siquiera la canción del auto de Pipo Pescador, menos puedo pensar en algo más elaborado. Tengo que admitir que me gusta escribir, pero nunca logre superar la prosa de “puto el que lee”.
Tengo un trabajo de esos que son difíciles de catalogar, en una oficina donde haces de todo y te pagan como si no hicieras nada. Donde mi jefe intenta superarse todos los días en el puntaje del Carta Blanca y mis compañeros se debaten en cuestiones filosóficas como quien tendría que haber ganado en Bailando por un Sueño o quien tiene más visitas en su folotog.
Mi novia se merece un párrafo aparte. Una hermosa relación de cinco años que se vino abajo el día que me mude con ella. De las polleras cortitas y los conjuntos de encaje, al batón, pantuflas y bombachon de la abuela. Del “¿no queres que te haga unos masajes?” a “¿no me limas las durezas de los pies?”
¿Es una cuestión de karma esto? ¿No rece lo suficiente de chiquito? ¿Es porque mentí al confesarme? Si todo esto me pasa ahora, a los veinticuatro años, ¿Qué me espera? ¿En que voy a reencarnar cuando muera? ¿En un cascarudo que siempre queda de espaldas en el piso?
Estuve yendo un mes al psicólogo para ver si me podía tirar una mano. Le conté todos mis oscuros secretos, como que todavía me gusta Jazzimel o que remojo la pizza fría en el café con leche. ¿$70 la hora para que? Para que me diga fue culpa de mi mamá que me haya meado encima hasta los seis años.
Lo más gracioso fue el momento en que tome la decisión de mandar todo al carajo. ¿Qué me retiene de dejar todo e irme al sur a vender artesanías en una plaza cual hippie sucio? Fue una vieja la que me abrió los ojos cuando retaba a un nene por el placer de hurgarse la nariz.
“Si te seguís metiendo el dedo en la nariz, cuando seas grande vas a tener una nariz deforme”.
No se cual fue la extraña sinapsis que tuvieron mis neuronas en ese momento, pero todo fue claro. Siempre va a haber algún boludo que quiera imponerte su visión obtusa de la vida. Hasta que no sea libre de las opiniones de los demás, no voy a ser feliz.
¿Facultad? Aprenderé lo necesario del discovery channel. ¿Trabajo? Vender sahumerios en el subte también es digno. ¿Amor? No necesito más que el que me brinda mi almohada.
Ahora mismo estoy subiendo las escaleras de mi departamento para notificarle a ella que me puede acompañar en mi futuro nuevo estilo de vida o que puede pedirle al control remoto que cocine hoy. Nunca estuve tan determinado y asustado por algo. Estoy transpirando tanto que necesitaría un limpiaparabrisas para secar mi frente. Estoy en el pasillo. Mis manos tiemblan cual barman preparando un trago. No puedo embocar la llave en la cerradura. Mi determinación es clara. No puedo abandonar ahora. Toco el timbre. De lejos escucho a la vecina sorda que esta mirando el noticiero a todo lo que da. Mi garganta esta seca. Se abre la puerta y la veo.
-“Ana, tengo que decirte algo.”
-“Yo también, estoy embarazada.”
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